16 de junio de 2011

Buena.

Ahí está.

Sentado, en penitencia, desabrido, evasor, secándose a la sombra y un poco despeinado.

Trato de no mirarlo, de dejar que pasen las horas para que se seque, para que tome gusto raro, que tome inconciencia o la poca luz que lo alumbra, que se preste a las pequeñas moscas, al olor rancio del agua estancada o la sequía del no va más, al olor a descuento, a mortandad.

Trato de seguir la pureza, al intento de lo impecable de las demás cosas; salvo allí en ese rincón: donde sigue sentado hora tras hora cayéndose las hojas, desprendiendo sus células, gritándole al sol con el grito intolerable de la antena rota en la terraza, despidiéndose larga y lentamente tendido de un no se qué, de un no sé cuando.

Se quedará allí hasta que la indiferencia, muerta de risa, decida dar un paso hacia otros lugares, hacia otros cielos, u otros desolados amores, hacia otras células que gritan por desprender. Se quedará allí; ni el plumero pasaré, ni un poco de poett, ni la mirada del lamento.

Por cada disparo de nieve contaré hasta diez, por cada segundo de mi retórica pimponeando sobre sus paredes, por cada escupitajo caído sobre mis alas, por cada buena mujer.

No digas que soy una buena mujer, porque no lo soy. Buena es recaer en lo binario de los adjetivos, es perder el fuego de la verdad. Buenas son las heladeras o las primeras marcas; yo soy intensidad. Dí que soy intensa, impulsiva, torpe, loca, arrebatada o incorrecta.

Buena no digas, no lo soy. Ni dentro de tantos años, ni tampoco ahora; mientras sigue sentado, en penitencia, desabrido, evasor, secándose a la sombra su hermoso e insolente nombre.

ceci

1 comentario:

Fernando Ponce Aramburu dijo...

Sin palabras, mas que Muy realmente excelente.