28 de mayo de 2010

Oficinas.

Arranca la mañana por la ciudad cuando ella llega al estudio, prepara unos mates mientras le da tiempo a su computadora que inicie su sesión.

Arranca con furia del rodillo de la máquina de escribir, por haber olvidado el borrador que salió mal ayer, lo tira en el cesto, toma dos mates y, mientras recuerda la tropa de trabajo que viene marchando, seria y concentrada se pone a trabajar frente a su máquina.

Inicia su sistema. Abre su planilla de cálculo. También. Dentro de su rutina, se permite iniciar su sesión, no disponible. La ve conectada a su amiga, pero sabe que ella también está en plena batalla, con su tropa de quehaceres. Pero sin dudarlo, como gesto de complicidad y empatía tipea dos puntos y un paréntesis final. Ella le responde igual. Y por un rato no vuelven a escribirse.

Inicia su tarea; hoja en blanco, carbónico, hoja en blanco insertadas dentro del rodillo. Mientras escribe, hace una pausa, levanta la vista y mira a su compañera que, sentada en frente, hace su misma rutina. Fue un segundo, sin despegar sus manos de las teclas, una mutua mirada cómplice, una leve sonrisa y volver la vista hacia el papel, por un largo rato.



ceci.

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