23 de junio de 2010

CO

Me pregunto cuántos supimos alzar la voz de la verdad. Me pregunto, de repente, y tiemblo un poco, un poco, nada más; y se desdibuja el mundo que alguna vez creímos hacer perímetro con nuestros brazos. Me pregunto por qué existen cosas de las que no hablamos, por qué las personas tendemos a pensar en bloque y crear pensamientos colectivos con conceptos probablemente equivocados. Me pregunto por qué somos capaces de juzgar desde pequeños y no de aprender. No debería hacer falta ser resiliente, haberse salido de un marco embebido de pensamientos, reglas y juicios heredados de la más puta de las miserias humanas, para entender que la violencia de género es tan mortal como una guerra, una guerra silenciosa, puertas adentro. Letal.

Hay una delgada línea, que se puede pasar sin darse cuenta, que es la que traspasa a quien padece este mal como víctima para convertirse en militante de banderas altas a favor de esta barbarie criminal.

Puede haber sentimientos más poderosos que el miedo y, sin embargo, dejamos que escriba nuestra historia.

Me pregunto por qué la sociedad complace con silencio o con respuestas absurdas que ni responden, con exorbitantes intentos de comprar otra historia, de mirar para otro lado.

Me pregunto cuáles son los ideales que nos formaron y quiénes. ¿Podremos algun día empezar de cero? Si, claro que sí.

Hoy alzo la voz una vez más, porque a estas estructuras hay que darle un empujón para que caigan.

Y dibujar nuestra propia historia, con libertad. Si, libertad.

Tenemos un mal, como Humanidad, como lo que fuésemos, si es que somos alguien y nadie nos lo ha robado, tenemos un mal heredado por siglos quizás. Un mal que es como el CO. Silencioso, letal y puertas adentro.

ceci


caperucita- ismael Serrano