
Esha era su delgada musa. Zapatos de cuero arrastrando la llovizna de ayer, piloto marrón y un morral de copas que ataba su soñada presencia. El decía que era su princesa de cabellos rubios cortos. Ella no lo sabía.
Esha tenía infinitésimos deseos freak, pero él ni lo sospechaba.
Eran tan suyos esos deseos. Moriría por sorprender al chofer del ómnibus con esa frase, aquella que siempre reprimía al pedir, por ejemplo: “Noventa,… por favor”.
Sabía que ese por favor era una pantalla para disimular su torpeza de la lucha contra lo simple y espontáneo de sus deseos freak.
Era allí, en ese momento, con esa petición. Sentía ganas de liberarlo. Y, ¿por qué no?.
Hoy desde que despertó casi ni habló con nadie. Al anochecer salió de la Facultad de Ciencias y mientras contaba las monedas en sus manos, si prestabas mucha atención, verías que desplazaba mínimamente su espalda al ritmo del cantar de sus tarareos de Let me live de Queen.
Subió al ómnibus rumbo a su casa.
- Hasta Almagro, s'il-vous-plaît.
Esha rió, sola, por un buen rato.
ceci 2008
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