Y mientras sus padres pelotudeaban comprando alfajores para los familiares o haciendo la fila para comprar algún pollo con puré para llevar o alguna comida similar de esas que se compran en las noches de verano en la costa atlántica, ellos usaban el tiempo en los fichines.
Y recuerdan lo mejor. Recuerdan que los momentos más felices en las sentenciadoras maquinitas eran cuando ya no tenían más fichitas para jugar.
Era el momento en que se consumía el tiempo en abrazos de libertad. Se sentaban a jugar en las maquinitas, sin poner una ficha y se compenetraban un buen y largo rato en modo “game over”.
Así fue como comenzaron a darle alas a la imaginación, que, en aquellos tiempos, no costaba nada.
Ni un solo fichín.
ceci
dic09
3 comentarios:
Eramos tan hermosamente ilusos.
Recuerdo que me colgaba a traves de largos zarpazos de horas chicle, observando las mejores virtudes posibles para poder vencer en ese juegito rufiàn del fichìn de la avenida Colòn en MDQ. Si, mirando infinitamente para "saber como no equivocarme".
Tan ilusos, tan hermosos.
Saluditos.
forzando los botones o el volante y liberando la imaginación...
horas-chicle.
me encantó!
hermoso, como todo lo que nos vuela a niñez por lo menos un ratito
un saludo
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