29 de noviembre de 2009

Sin embargo lo escribo.

No hace falta que empiece diciembre. No hace falta el destello infinito en el alma que trae el golpe seco, imbécil, transgrediendo los vidrios, las costillas, las palabras. No me gusta que finalice noviembre, porque huelo a madrugadas que pasan de largo, y corro detrás y corren aun más, lejos, lejos de mí, de mis pequeñas manos. No hacía falta decir que detesto el olor a hospital, el olor a verano en el medio del monte, el olor a polvo de tierra que se impregna en mis ojos abiertos, secos pero sudados de dolor. No quisiera ya contar que escribo porque no me rindo, que lloro cuando me duele hasta la alegría, esa alegría injusta, rodeada de ausencia, alegría de uno solo, sin abrazos, sin espejos que me hagan ver alegres por la vida, de esta alegría sin vida. No hace falta, pues quizás sea mejor dejarlo escrito por única vez y enterrarlo ya por fin esto de tener diciembres mendigos, acurrucados y muertos de frío y hambre a la deriva de algún enjaulado parque de mi alma, sin ánimo de entendimiento, sin tregua, pero que saben de risas y melodías en cualquier parte del año menos ensimismados… diciembres. No creo que haga falta decir que conocí y reconocí pasillos por sus techos, por sus manchas de humedad, infinitos, silenciosos, de miradas curiosas, de luz que no entra y se queda allí afuera, desafiante, rencorosa.
Pero sin embargo, lo digo por si alguna vez quedan vestigios de dolor en mis huellas y no me dejan sentir, escuchar y entender la vida como el compromiso de los sueños no cumplidos, propios o ajenos, como el brazo que enciende la luz de las almas soñadoras que creyeron ver alguna ilusión en mucho de lo que palpamos hoy, como el sol que nos une cada día con las noches en las que sueño que no te has ido, que estás aquí, riéndote conmigo de los que digieren esta farsa de que somos mortales.
Y así te escribo un día como hoy, cosas que quizá no quisiera, pero las dejo anotadas aquí, para recordar un día que quiso terminar noviembre con alguna que otra cosa que no deja quieta al alma de dolor, sin embargo, recuerdo tus móviles y tus anhelos, prendo la tele y lloro de alegría.


ceci

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