Cuando despertó, tuvo la repentina sensación de que su apellido se perdería en ella, cortaría esa larga y bonita cadena traspasada por los siglos y por los mares.
Fue el síntoma de sentirse tan sola, que su única alternativa para saciar su inquietante preocupación fue requerir a los benditos medios electrónicos, la red.
Buscó por el mundo y encontró un listado largo de personas que decían apellidarse como ella.
Impresionada, como con alegría, como con miedo, tapó sus ojos con la mano izquierda, y dejó caer su dedo índice de la mano derecha sobre la pantalla. – Listo, llamo a este. Estanislao.- dijo. – tiene nombre de buen tipo.- Pensó-
Se atrevió y lo llamó. Fue larga su charla, extraña charla de dos desconocidos, de dos generaciones que poco dicen entender.
A pocos minutos del inicio de la conversación ella sintió que ese acento le sentaba bien, esa forma inocente de contar anécdotas ya la había vivido. Intercalando nombres de lugares, años y paisajes, fueron aprobándose con asombro.
El le contó una leyenda sobre la fusión de un francés y una habitante autóctona rioplatense, con toda la timidez de quien no quiere afirmar nada. Pero para ella lo fue todo. Luego de colgar el teléfono, invadió sus ojos de humedad la emoción.
Estaba feliz de ser latinoamericana.
ceci. abr/08
1 comentario:
empedocles dijo en 17/04/08 18:47 …
Qué linda historia!
la amalgama de atavismos nos da una identidad tan propia y definida...
Adoro la gente que se encanta con eso..
sobre todo hoy en día
sobre todo en estos lugares
sobre todo todavía.
Un Beso enorme Cecidi, desde los Andes.
:)
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