Un suave masaje al alma de nuestra memoria. Saberte tierno, militante de la paz en nuestros labios, en la redondez de los cristales de nuestros ojos unidos, en la piel de aquello vivido.
Me acerqué lentamente a la orilla del mar, con mis pies descalzos y botamanga de mis carpinteros acordeonados en mis rodillas. Se iba despidiendo el sol detrás de la longitud esfumada de una nube rosada, esa misma que contemplé reflejada en tus pupilas cuando te vi allí, sentado, con lágrimas corriendo; presas de la lenta gravedad.
Un abrazo nos hizo un poco más felices. La playa nos acompañó; la ligera paz que nos ofrecía la rocosa geografía de las orillas camino a Irlanda del Norte navegó en una increíble magia. Tus ojos claros color de esa arena que no encontramos allí, color de la tranquilidad de mi alma.
Allí todo era diferente, dejábamos de hablar con nuestros labios para conversar con los ojos y la piel. A veces me pregunto cómo fue que tan lejos te fui a encontrar. No hablábamos con la gente, solo nosotros. Te quise con locura, con el alma, ¿me podés entender? Mi piel fue su representante durante aquel tramo de tiempo en el que nos humedecíamos y clavábamos las uñas en nuestras espaldas como un grito desesperado de súplica al tiempo, de que nos eternice así.
El pueblo era muy bonito, paseábamos muy a menudo, aunque perdimos rápidamente la noción del horario, solo nos llevaba la interminable claridad. El viento septentrional nos despeinaba.
Custodiando las primeras estrellas del atardecer, mirando hacia el Norte a través del cristal de la ventana, sentí tu respirar deslizándose sobre mi cuello y mi nuca, luego tus manos abrazaron mi cintura. Permanecimos horas allí con tu pecho amarrando a mi espalda y tu rostro sobre mi hombro.
Irlanda es preciosa, algunos pueblos en las costas del Cabo Malin tienen una brisa mágica casi te diría orgásmica. Recuerdo y tiemblo. Escribo y lloro.
Nunca te pregunté por qué llorabas, pero creímos engañar un poco al tiempo.
De regreso al Sur, a mi casa, por la madrugada, sola y sin pertenencias más que un bolso con tu retrato en su interior, ví en él no más que tus ojos claros color de esa arena que no encontramos allí.
Lejos de aquella magia y más cerca de lo inexplicable de esta nostalgia de lo vivido y de lo que en potencia pudimos vivir, saliendo del aeropuerto, fruncí el ceño porque creí haberte visto abordando, pero pronto perdí tu rastro. Quizás eras vos, la silueta decía ser la misma.
Creo pensar que abordaste aquel vuelo, seguro, en busca de otro territorio.
Ceci 24.02.08
1 comentario:
empedocles dijo en 26/02/08 10:32 …
No puedo decir más que tu texto; me inspiró y me emocionó tanto.
cuánto te comprendo.
Estas historias son las que inmortalmente dejan un sabor en la persona, de dicha y melancolía, vivirlas es algo especial,
un abrazo cecidi,
un beso,
lleo
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