10 de noviembre de 2010

la lluvia y el río.

Contá todas las veces que me he puesto cursi y, ni lo dudes, hacemos un collar de varias vueltas.

Contá, te cuento.

Cósmico como anteayer. Me subí al ómnibus, me senté de prisa, mientras el muchacho de al lado mío se cebaba un mate, comenzó a diluviar. Y yo, como de costumbre, desmayé de sueño.

Cuando desperté, en las coordenadas de siempre, en el instante de siempre, el muchacho preguntó si habíamos llegado a la ciudad de las diagonales. Claro, le respondí. Allí me contó que venía de Montevideo por primera vez por estos lugares.

Toda la cosmicidad se esfumó en sus ojos claros, en mi reloj, en mi memoria selectiva, en la lluvia, en la espera, en un catorce de febrero, en una carta a poste restante.

Un muchacho uruguayo, un ómnibus, unos ojos claros, un día de noviembre y un hasta dentro de un rato.

Hasta el amor. El amor que sostiene mi poesía, el que está vivo dentro mío y ya tiene hombre, ya tiene un retazo de dueño, quien me viene a buscar, lluvia o diluvia y yo bajo un reparo tiemblo impaciente por su llegada. Sonrío sola, desgastada de un día largo, de un día gris.

El ómnibus se fue, y ojalá pudiese resumir este momento en el que te descubro bajo la lluvia, hombre de ojos claros, amor de mi vida, qué alegría llegar a casa; no olvido las llaves, ni olvido ningún acorde, ninguno de mis deseos azules desde antes de conocerte, ni la imagen de la flor que me has enviado de Coroico, ni tampoco tu promesa de ser uruguayos cuando seamos grandes; lo sueño algún día como hoy, de lluvia o de sol, o algún día cualquiera.


ceci

1 comentario:

La otra dijo...

Qué hermoso...
No hay como las historias de colectivos, no hay como las historias de lluvia...No hay como las historias de amor...

un abrazo y un brindis por esa sensación! :)