7 de noviembre de 2009

Historieja I

No recuerdo que edad tendría, pero suponte que Sarah no iría ni al jardín de infantes. Alberto nos pegó un grito entusiasta con el fin de que tomemos nuestras bicis.

-Vengan, tienen que ver esto.

Y así, sin chistar, tomamos nuestros vehículos y fuimos a lo de los Ponce. A la vuelta de casa. Ellos no vivían allí, venían solo los fines de semana. Alberto hacía arreglos en la casa durante la semana, por tanto contamos con poder pasar al parque de los Ponce.

El verdoso césped del parque de la casita tenía una porción seca, con obviedad, de color amarillenta.

Lo extraño era que dicha porción de césped seco conformaba el perímetro de un impecable círculo de unos seis metros de diámetro. Yo era pequeña de edad como para haber calculado las dimensiones en aquel entonces, pero mi información se basa al medir ahora sobre la imagen que conllevo en mi memoria.

Le conté a Alberto, a pesar de mi temprana edad, mi única teoría acerca de aquel fenómeno.

Hace relativamente poco tiempo, Carlitos, el muchacho de enfrente de casa (ese que se parece tanto a Ned Flanders) me contó, en una de esas charlas de vereda, que una noche de verano de hacía no se cuantos años atrás, tomando fresco con su madre en el fondo de su casa, vieron aparecer y desaparecer, con duración de estornudo, una encandilante luz roja perdiéndose hacia el cielo.

-Un plato volador, vieja!

-No digas pavadas.

Ceci.


13 de enero del 2008

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