17 de octubre de 2009

Mi madre.

No se me hace fácil escribir algo sobre ella. ¿Cómo hacerlo? Si cada color de este paisaje ya no emana calidez, ni belleza. Aprendo que ya no debo esperar contemplar esa belleza, sino que debo buscarla entre mis recuerdos, en mi alrededor y entre nuevas cosas, que nunca reemplazan sino que me hacen olvidar por solo un instante de que usé su ausencia para buscarlas y tal vez, creer encontrarlas.
Porque hasta hace poco mi vida fue contemplar. Contemplar el amor de mi madre, sostenerme en ella como en un pilar, solo amarla.
Hoy ya no es eso, no me alcanza.
Amarla, recordar su voz, sus manos, su mirada, sus abrazos, sentirla, ver sus ojos, necesitarla, encontrarla en canciones, sueños, anécdotas, alegrías y tristezas. Hasta encontrarla en las ausencias. Recordarla.
Nunca imaginé que las mañanas podrían llegar a tener descoloridos matices y la necesidad de colorearlos me ha llevado desprender lágrimas hasta secarme.
Porque su belleza fue todo, es todo. Su cálido abrazo, su voz. Eso inexplicable que tienen los amores profundos.
A veces creo conformarme con sentir que llevo en mí su alma por siempre.
Pero la verdad es que la extraño. No hay nada en el mundo que se extrañe tanto.
Pero gracias a su amor, hoy estoy acá, buscando fuerzas en la belleza escondida que hay en esta vida. Aprendiendo como hacer. Buscando y no dejando de buscar. Aunque nunca llegue a corresponder su inmenso amor, ni llegue a olvidar que se fue un gigante de mi vida.



Ceci

Junio 06

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