Pensé en viajar un atardecer, a pesar de que hace tiempo, por diversas y oscuras razones, había descubierto que los atardeceres me dan miedo. Me quité ese tan mío vicio de los malos pensamientos, tomé el coche y emprendí mi camino. Me alejé de la ciudad, ya ni la sintonía de las radios me acompañaban. Era esos atardeceres relajantes como para escuchar Norah Jones, aunque suene cursi. Pero no. Se mecía en mí el doble filo del silencio, que me invoca a abrir los cristales, mientras yo conducía por la desolada ruta. Viento que me saludaba, hacía que mis cabellos levitaran con prisa e inducía a mi rostro para dar la bienvenida a un tal frío disfrazado de viento, o viceversa. Pequeños y helados rocíos de aire veloz. Solo veo mis luces a pocos metros, no hay nada más allá porque no lo veo. Está oscuro.
Se frena mi coche. Una vez que tengo un coche, resulta ser que me abandona. No hice tiempo a asustarme ya que me distrajo el placentero aroma de sus castaños cabellos, que se desplazaba en forma ascendente como brotando del suelo de aquel oscuro desierto. Entre tanta oscuridad pude ver una luz un tanto pequeña que difería infinitesimalmente de lugar instante a instante, estaría lejos. Me quise relajar, pero a cada instante me invadía una incomodidad en mi cabeza y comencé a ver poco: se apoderó de mi alrededor una creciente oscuridad. No sé realmente que fue lo que me sucedió, pero concluí que aquello sería una señal a la cual debía obedecer, por lo tanto lo mas piola sería predisponerme a que mi viaje no continuara y a hacer amistad con la idea de atravesar aquella noche oscura en ese mismo lugar.
Su cabello era largo, una larga cola castaña descansaba sobre su hombro derecho, desembocando en una fina punta en su cintura. Estaba allí, vestida de color marfil, sentada en un escalón que llevaba a la entrada. Belleza angelical al lado de la puerta.
Un pasatiempo para mí era buscar metáforas en todo acontecimiento inusual, y al escuchar la señal, las campanas de la verdad, no pude evitar pensar qué lugar sería el que estaba arribando. No es ninguna metáfora, esto es el cielo o el infierno, pensé dentro mío.
Ella, con su mirada profunda y cejas perfectamente admirables, encendió una vela que llevaba en un pequeño plato de cristal, como su sombra. Así fue como me enseñó cual era el camino a seguir.
De repente sentí voces sigilosas pero claras. Sentí una escalofriante sensación ya que misteriosas voces me dieron la bienvenida. Me pareció oírlas decir: Bienvenida al Hotel California. Cuando llegué a la habitación, la última del corredor, por cierto, ella me dió un folleto donde me cuenta cuan adorable lugar puede ser el hotel en cualquier momento, en cualquier estación.
Llegué a mi habitación y me dijo que cualquier preocupación mía es también suya y se retiró. Estiré mi cabeza tras la puerta y la ví alejarse rápido por el corredor y ahí es cuando noté cuantas alhajas llevaba en sus manos, mientras no dejaba de relojear con su mirada sus joyas en los espejos.
Ella tiene un gran auto, un plateado y descapotable Mercedes Benz. Se rodeaba de hombres que se partían en ocho de lo buenos que estaban. Sentí decir que la atendían muy bien; ella los llamaba amigos. Se habla mucho aquí sobre ella porque organiza fiestas, bailes seductores, con sudor de noche de verano. Algunos bailes son encantadores, nada de meneaítos, bailes seductores posta, te juro que sí; he podido verlos y ahora recordarlos. Otros no.
Me relajé en un sofá, levanté el brazo y con un gesto de señal, llamé al Capitán. Al acercarse le pedí un cabernet sauvignon, no importaba el año de cosecha, de manera amable. Sorprendido por mi pedido, me aclaró que no es una actitud usual desde hace tiempo en el hotel, desde 1969 para ser más precisa.
Cada vez que intento dormir, las voces siguen estando y me llaman desde lejos. Y si duermo, me despiertan, y las oigo decir : Bienvenida al Hotel California…tan adorable. Sorprendente. Y ya no concilio el sueño desde hace un buen tiempo.
Tratando de sostenerle la mirada al cruel insomnio, miro hacia el techo de espejos, y me veo delgada y ya cansada al lado de mi copa de champagne rosado en hielo.
Sentí que ella dijo que somos todos prisioneros de esto mismo que hemos hecho. Creo no entender. Cuando los muchachos se reunieron para la fiesta en la alcoba del Capitán, tanta ira los llevó a apuñalarla con cuchillos acerados, pero no lograron dominarla, no lograron matar semejante bestia.
Poco recuerdo ya, pero lo último es que me vi corriendo hacia la puerta de salida, estaba shokeada. Realmente sentí deseos de volver a la ruta y seguir mi viaje, al menos intentar una reparación. El Capitán me habló y me detuvo. - Espere muchacha!- Me pidió que me relajara y me dijo que ellos siempre estarán dispuestos para recibirme, que puedo reservar habitación con aire acondicionado, ventanas con vista a la carretera o a la piscina o hasta escuchar Norah Jones si así lo deseo, en el momento que yo quiera. Pero que nunca podré irme.
Historia basada en la canción de Eagles "Hotel California"
ceci, abril 2007