Las mayúsculas me gritan.
“Te gritamos todo lo que queremos”, me dijeron unas mayúsculas, mientras leía. Les dije que no es sorda mi vista y cerré la ventana. No me respondieron. Sus armas, sólo una tecla ejecutada es su altavoz.
Las palabras tienen el poder de decir tantas cosas. Y hasta podemos llegar a decir cosas tan importantes, pero si las gritamos, literalmente las gritamos, (en mis adentros más sensatos sé que el grito para decir algo es un acto desesperado producto de la impotencia de saber a priori que no seré clara de ninguna forma) es posible que los oídos del receptor se anulen.
Los ojos se me vuelven ciegos cuando advierten mayúsculas. Gritan.
A veces juego a hablar con las costumbres de las personas, tal vez para hacer entretenido el ecosistema.
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Hablando de ecosistema, voy a hacer referencia a algunas cosas.
Esta vez voy a jugar a abstraerme de del lugar, o ciberlugar. Juego cuando voy en el viaje, cuando espero, cuando me cruzo por el mundo. El otro día hablaba con una amiga acerca de las costumbres colectivas y me decía que no hay mejor reflexión humorística que salirse del contexto que te rodea, escuchar y luego exagerar esas miserias. Salirse, dejar de ser parte por un rato. Y es muy divertido. Y se ve uno mismo, y es allí donde uno debe aprender a no reaccionar colectivamente.
Si, trato de aprender, a detenerme y masticar en mi mente lo que voy a decir. Parece pavo, pero no es fácil.
Desde el que pierde el tiempo en segundos hablando al celular, aclarando si llegó el mensaje de texto, o llegó tarde o que decía o quiso decir o interpretó, hasta el que trabaja desde el viaje, hasta el que irrumpe el silencio haciendo algún comentario sobre el estado sociopolítico del país, sólo porque demora el colectivo más de lo habitual. El que se acomoda en el primer asiento del micro habiendo muchos más atrás libres, chocho de la vida con cara de “mirá lo que me gané”, anulado definitivamente la posibilidad de que alguien lo pueda necesitar, el muchacho de edad entre 25 y 40 años que se desespera irracionalmente por un asiento, la vieja comentarista de la velocidad viaje y el que se despliega para leer indecorosamente La Nación.
Otro punto interesante son las filas, allí podrás hacer una radiografía de los problemas ajenos. Si, problemas. ¿por qué será que hay un comportamiento de contar los problemas en la vía pública? ¿Habrá algo en las puertas de nuestras casas que solo parece que no nos dejan salir con cosas puramente y desintensionadamente lindas?
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También quería referirme a los Nicks del Messenger y la lectura sobre la posible vida que hay detrás de las palabras. No me abstraigo para juzgar, sino más bien para observar y conjeturar lúdicamente algunas cosas, que algunas también, en algún momento de mi plena inmadurez lo he sido.
Una gran costumbre colectiva es escribir el nombre y al lado nace con palabras una necesidad imperiosa de decir lo que está la persona haciendo en ese momento.
La clave está en qué es lo que se pone. Están los que escriben en presente inmediato y “natural”. Le llamo natural a eso que forma parte de la rutina. Ej: “estudiandooo”, “at work”, etc…
Luego están los que se salieron levemente de la rutina, ej: “tomando mate con Sofi”, “haciendo pastel de papa”, etc… Y luego están los que necesitan mostrar descocamiento y vida acelerada: “estoy a full”, “necesito 25 ahoraaas”. Pero para postre están los que les parece imprescindible contar qué tan bien la pasaron el fin de semana o predicciones sobre cuán bien la van a pasar o qué vida hipersocial tienen: “increible asadete con la banda”, “se viene el findeee, descontrol”, “gran casorio gran”.
Otro caso relevante son los que ponen Nicks largos y con mayúsculas. Ya saben lo que pienso de quienes gritan.
Después están los obvios. Ej: “Viendo el partido de la selección”, “que grande del Potro”, “que fríoooo”
Luego están los insultos.
Los enamorados, los enamorados y sus frases inentendibles (internas consigo mismo), los enamorados y sus corazones, los despechados y los tristes.
También las reflexiones, o las frases célebres o fragmentos musicales, que suelo respetar con mi juicio lúdico, siempre y cuando no abrevien la palabra “que” u otras.
Los que hacen bandera de su proyecto, enlazando su http://
Y los sobrios y respetables que no ponen nada más que su nombre.
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